domingo, 7 de junio de 2015

Leyendo Imágenes: La Persistencia de la Memoria, de Salvador Dalí



Este cuadro llegó a mí por un poeta, por una película. Bien lo sé ahora que en ese entonces llegó a mí como una premonición de que el futuro vendría implacablemente

Contra toda insistencia de amigos de que escogiera otra pintura no tan “trillada”, escojo La Persistencia de la Memoria firmemente, pues cuando volvió a mí nuevamente, en medio de una conversación, lo hizo casi por la casualidad de querer decirme algo y en el momento más propicio.

Volvió a mí cuando leía y comenzaba a conocer a un gran poeta: Eugenio Montejo. Empezaba a conocerlo a él y a su terredad que era la mía misma, a vislumbrar las ansías por permanecer y trascender. Fue un momento en que sentí cómo dos expresiones artísticas diferentes pero a la vez tan similares convergieron en mí. Poesía y pintura. Sentí su desenlace mutuo. Es decir, en ese entonces no comprendía las palabras de Montejo tan bien, ni tampoco los trazos de Dalí. Sin embargo, en esa compaginación de textos, uno me hizo entender mejor al otro, se daban sentido y se entremezclaron significaciones. Tuve el placer de tener una perspectiva mucho más enriquecedora de ambas obras de arte. 

Veo esa visión de Dalí y todo lo que veo es el paso inevitable del tiempo. El tiempo, como los relojes de Salvador, se nos escurre entre los dedos. 

Pero hay tantas cosas en esta pintura que no es lo surreal lo que más llama mi atención, sino quizás aquello que es más real: la luz abarcadora de esa llanura que permite aceptar el sobrevenir de los años, la difusa unión del cielo y el mar que nos eleva a una dimensión mucho más sublime. 

Hay un rostro entregado, despojado de sí, convirtiéndose uno con la tierra y sus vueltas. Hay un suspirar en las pestañas que acarician la mejilla, una resignación al saber que el tiempo las supera y es aplastante.

Casi todo en este cuadro me transmite un total apaciguamiento, excepto una cosa: un reloj alejado, casi excluido de los demás, de un naranja ardiente. Un reloj de bolsillo que parece estar cerrado y devorado por hormigas. Es como una advertencia directa y atormentadora de las memorias que pueden perderse, de las horas que sin darnos cuenta se nos pueden ir en vacío, sin ningún peso que haga a nuestros relojes caer, sin memorias que vuelvan blandos el recordar. 

La Persistencia de la Memoria es muchas cosas, una advertencia, una preocupación, una premonición. Pero sobretodo, es una visión de la humanidad y de toda su historia, de su paso por la tierra. 



TERREDAD
de Eugenio Montejo

Estar aquí por años en la tierra,
con las nubes que lleguen, con los pájaros,
suspensos de horas frágiles.
A bordo, casi a la deriva,
más cerca de Saturno, más lejanos,
mientras el sol da vuelta y nos arrastra
y la sangre recorre su profundo universo
más sagrado que todos los astros.

Estar aquí en la tierra: no más lejos
que un árbol, no más inexplicables,
livianos en otoño, henchidos en verano,
con lo que somos o no somos, con la sombra,
la memoria, el deseo, hasta el fin
(si hay un fin) voz a voz,
casa por casa,
sea quien lleve la tierra, si la llevan,
o quien la espere, si la aguardan,
partiendo juntos cada vez el pan
en dos, en tres, en cuatro,
sin olvidar las sobras de la hormiga
que siempre viaja de remotas estrellas
para estar a la hora en nuestra cena
aunque las migas sean amargas.

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